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La energía sexual: natural, poderosa, pero peligrosa si no se comprende

La energía sexual es una de las más intensas que existen. No es solo física; toca lo emocional, lo mental y lo espiritual. Es una llama que puede dar calor… o quemar. Por eso, cuando se experimenta después de mucho tiempo sin actividad, no solo se siente satisfacción: se activa un sistema que empieza a pedir más.
Y no siempre más de lo mismo: quiere variedad, intensidad, novedad.

Este es el punto crítico: no es solo un impulso, sino una puerta que, una vez abierta, cambia el estado interno. Ya no es fácil estar en calma. Se comienza a pensar, a anticipar, a buscar. Y si no hay acceso constante, la mente sufre. Y el cuerpo… también.

Entrar en la dinámica: un sistema sin paz

Una vez que entras en esa dinámica —aunque sea con una sola persona— el deseo se instala. Si esa persona no está cerca o no está disponible frecuentemente, el deseo empieza a buscar por otros lados. Lo que antes era tranquilidad, ahora es incomodidad. El deseo no entiende de fidelidad o distancia. Solo quiere satisfacción.

Y ahí se rompe algo profundo: la paz mental.

El deseo no se calma solo con voluntad. Se calma con entrega o con transmutación. Pero si ni se puede tener más de lo que ya se tiene, ni se quiere renunciar, entonces se vive en tensión.

Adicción disfrazada de deseo

En muchos sentidos, el sexo funciona como una droga en el mundo moderno:

  • Una vez que lo pruebas, quieres más.
  • Luego, quieres variarlo.
  • Finalmente, pierdes el control, aunque creas que lo tienes.

No es que el sexo sea malo. Lo peligroso es cuando se convierte en un sistema cerrado, repetitivo, que absorbe tu energía mental y emocional, quitándote enfoque, calma y dirección.
No hay equilibrio posible dentro de una dinámica que exige más y más, pero nunca da estabilidad.

La única salida: no entrar

Aquí está la clave, y no es una receta popular:
La única manera de evitar esa dinámica adictiva es no entrar en ella.

No es moralismo, es estrategia de vida. Es autoconocimiento.
Porque si sabes que una sola chispa puede encender el incendio, entonces no enciendes la chispa. No porque tengas miedo, sino porque amas tu claridad mental. Amas tu centro.

Y cuando uno ha experimentado la diferencia entre estar sexualmente activo y estar en calma prolongada, empieza a reconocer algo:

La paz mental es mucho más dulce que cualquier éxtasis breve.

El valor de la renuncia consciente

La renuncia no es castigo. Es libertad.
Es una forma de decirle al deseo: “Conozco tu fuerza, pero no voy a dejar que me gobiernes.”

Elegir no entrar en la dinámica sexual —al menos por un tiempo, o hasta que se dé en condiciones equilibradas— es una de las decisiones más poderosas que puedes tomar en un mundo que lo estimula todo, pero que no ofrece consuelo real cuando se rompe la paz interior.

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