Y en ese instante en que ella creyó sentir que lo perdía, le preguntó:
—¿Qué significo para ti?
—Nada —respondió él.
Su rostro comenzó a ponerse triste, entonces él agregó:
—Por eso es que me agrada compartir tiempo contigo.
Ella abrió los ojos y lo miró en pausa, tratando de entender lo que él quería decir con sus palabras.
Entonces él dijo:
—¿Qué significas para mí? ¿No te das cuenta de que todos los significados que pueda darte son solo elaboraciones de mi mente? Serían tan solo especulaciones mentales, conclusiones basadas en mis sentidos y una evaluación relativa e imperfecta de todos los momentos que pasamos juntos, de todas las conversaciones que tenemos. Darte uno o varios significados en base a todo eso puede ser algo, pero al final solo te atrapa y te hace daño.
—¿Pero cómo puedes decir que no significo nada para ti? ¡No lo entiendo, no me parece justo! —replicó ella.
—Calma, te lo vuelvo a explicar —le dijo él con dulzura—. Cuando me levanto temprano por las mañanas a realizar mis meditaciones y ofrendas, veo al sol elevarse por el horizonte e iluminar todo este valle. Cuando contemplo esta expresión de la naturaleza, no la juzgo, ya no digo “Qué hermoso, qué bello”. Porque me di cuenta de que todas esas palabras son artificiales y nunca podrán expresar lo que realmente siento. Esas palabras están muy lejos de lo que mi ser experimenta al sentir la energía del sol emerger por las colinas. Así que me quedo en silencio, sin nada que opinar, que afirmar, que juzgar, comentar o exclamar. Solo contemplo el suceso y contemplo lo que siente mi ser. Entonces puedo afirmar que ver el sol en el amanecer no significa nada para mí, pues no tengo ningún significado humano que darle. Y el significado espiritual que pueda tener no lo puedo expresar en palabras.
Ella se quedó mirándolo, frunciendo un poco el ceño, aún confundida por aquella explicación tan extraña. Dudó si preguntar algo más, pero entonces preguntó:
—¿Me estás diciendo que soy para ti como la salida del sol al amanecer? —mientras una sutil sonrisa afloraba en sus labios y sus ojos se llenaban de cierta esperanza romántica.
Él la miró a los ojos con una sonrisa a medias y dijo:
—Bien, podríamos decir que a veces sí. Pero también a veces eres como una lluvia imprevista, como el sol abrasador del mediodía; otras veces eres como un día de invierno con las calles vacías o incluso como el agua del río que fluye sin cesar. Podría darte muchos ejemplos más, pero en cualquier caso, no significas nada para mí.
—¡Me vas a volver loca! ¡No entiendo por qué juegas con mi mente así! ¡Eres muy cruel! —replicó ella, moviendo las manos en un ademán de frustración.
—Tú juegas con tu mente, yo solo intento no jugar con la mía y tampoco que mi mente juegue con la tuya. Por eso te digo que no significas nada para mí. No he dejado que mi mente te asigne significados, adjetivos, verbos, es decir, palabras y más palabras. Al no haber significados, eso hace que pueda estar más cerca de ti de lo que tú misma imaginas.
—¡Ya ves! Ahora me vuelves a dar falsas esperanzas… Me dices que no significo nada para ti, pero luego dices que te sientes muy cerca de mí —replicó ella, algo enojada—. ¿Y si me voy y nunca me vuelves a ver? ¿Qué sentirás? ¿Significaré algo entonces para ti? —preguntó ella a modo de desafío.
Y él respondió:
—No puedes estar más lejos o más cerca de mí de lo que ahora estás. No importa si te vas a mil kilómetros de aquí, no importa si no te vuelvo a ver o si te veo todos los días, todo eso solo es circunstancial y no significa nada para mí. Nadie puede alejarme o acercarme más a ti. Tú no te puedes ir más cerca o más lejos de mí, pues no hay nada a donde puedas ir, no hay nada donde te puedas ocultar. No hay nada que nos pueda separar.
—¿Y ahora qué estás diciendo? Lo que dices suena a que estás loco o intentas confundirme poéticamente. Vivimos en un mundo donde la gente se va, donde las personas mueren, lloran, ríen, donde se rompen corazones, donde hay pena, dolor, hambre… ¡Dios! ¡Es un asco de mundo! —replicó ella angustiada.
—A eso me refiero cuando digo que dar significados a las cosas no tiene sentido, es inútil —respondió él.
—¡Ya no lo soporto! ¡Mejor me voy, las cosas que dices me terminarán volviendo loca! —gritó y fue a coger su bolso para irse.
—Ven aquí —dijo él. Ella, que estaba yéndose, volteó, se quedó en pausa, lo miró y entonces regresó.
—Siéntate a mi lado, te mostraré algo. Ella le hizo caso.
—Cierra los ojos. Ella cerró sus ojos mientras él la abrazaba suavemente por la espalda, puso sus manos junto a las suyas, y ella ladeó su cabeza cómodamente.
—No pienses en nada, por favor, solo siente mi presencia. Ella asintió.
Pasaron los segundos y la sensación fue cada vez más cómoda. Ella sentía su cuerpo tan suave y cálido, comenzó a sentir una sensación de paz en aumento; ningún pensamiento interrumpía esa experiencia. La sensación de sentirse protegida, querida, amada se hizo presente en su corazón. Si había tenido alguna duda al respecto, este abrazo disipaba toda duda posible.
De pronto comenzó a sentir que el cuerpo de su amado se hacía sumamente ligero… y entonces sintió la explosión de una brisa suave inundar todo su cuerpo y pareció sentirla incluso en su ser. Ahora se sintió completa, total, sin ningún espacio vacío. La plenitud de su alma. Abrió los ojos para mirarlo y besarlo… pero… no encontró a nadie. No había nadie a su lado. Entonces sintió nuevamente la brisa tocarla y mover las hojas de los árboles. Era él, sin duda que era él.
—¿Quién eres? —preguntó ella sin perder la tranquilidad, sin dejar de sentirse completa—. ¿Qué eres?
Entonces escuchó una voz en su interior que le dijo:
—Soy tú y tú eres yo… algunas veces me llamas “Dios”.
Sentada en aquel hermoso lugar, lleno de colinas y árboles verdes, en la soledad de la noche, acompañada de un cielo azul oscuro y de las estrellas brillando a lo lejos, ella acababa de alcanzar la iluminación… y sus ojos nunca más volverían a cerrarse.